*Por Mercedes Seoane
Podría ofrecerse una presentación del autor hondureño-salvadoreño Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957), uno de los narradores más productivos y emblemáticos de la América Central contemporánea, a partir de su obra más reciente (El sueño del retorno), o de la que más revuelo produjo (El Asco. Thomas Bernhard en San Salvador); podría quizás hablar del primer texto que llegó a mis manos, haciendo uso del derecho a la subjetividad (El arma en el hombre, fotocopiado, debo confesarlo, porque hasta hace unos diez años Moya era totalmente desconocido en el Cono Sur y Tusquets no lo había lanzado aún a la fama transregional). Sería igualmente posible, y quizás hasta conveniente, comentar la novela que parece haber tenido más favor de recepción hasta el momento, La sirvienta y el luchador, que ayudó sin dudas a reconciliar a parte del público lector, aún reticente por la ofensa de El Asco, con su escritor maldito. Sin embargo, quisiera hablar aquí de un texto menos leído e incluso considerado un tanto “extraño” dentro de la producción habitual del narrador que nos ocupa en estas líneas. Esta elección puede justificarse teóricamente por un intento de rebelión a la idea del Gran Canon (el que celebra para toda la eternidad algunas obras y expulsa otras con el mismo juicio inapelable), pero también por la misma subjetividad, discutible y apelable, a la que hiciéramos referencia.
Hay algo de ambas en estas líneas. Esperemos se nos disculpe la arbitrariedad.
Baile con serpientes fue publicada por primera vez en 1996, y por ello, se adelantó a otros textos más experimentales que comenzarían a despuntar tímidamente en el istmo en el nuevo siglo, conformando junto con el extenso corpus de novela histórica, relatos breves, textos policiales y (neo)testimonios la así llamada “nueva narrativa” centroamericana. Aunque comparte muchos elementos característicos de la obra de Moya (el tono cínico, un protagonista abiertamente amoral, la omnipresencia de la sordidez y de la violencia social, y hasta algunos personajes que se retoman en distintas novelas), la propuesta narrativa es particularmente original.
El protagonista, Eduardo Sosa, un sociólogo salvadoreño desempleado y “sin posibilidades reales de conseguir un trabajo decente en estos nuevos tiempos”, como señala él mismo en su función de co-narrador de los acontecimientos, es un hombre sin principios éticos ni rezagos de valores morales de ningún tipo, empujado por la cruda realidad centroamericana actual a una particular diletancia. Para huir de la casa de su hermana y empezar una “nueva vida”, Sosa decide matar a un vagabundo que vive en un viejo auto y apropiarse no sólo de ese espacio sino también de su vida e identidad. Lo que Sosa no puede sospechar al ocupar el Chevrolet amarillo es que, en su interior, residen aún las mascotas poco convencionales del hombre al que asesinó: se trata de de varias serpientes que habitan cómodamente escondidas en los recovecos del automóvil.
Si bien los animales asustan al protagonista en un principio, el relato empieza a apartarse sutilmente del verosímil realista cuando comienzan a comunicarse con Sosa sin que esto genere en él verdadera sorpresa. En efecto, la primera vez que una de ellas habla, contestando una pregunta que Sosa se hace en voz alta acerca de la amante del hombre al que asesinó, el texto presenta así el inverosímil intercambio: “Beti irguió su cabeza plana, aguzó aún más los ojillos, hizo vibrar su lengua bífida y dijo: -La mataron…-. -¿Cómo!- exclamé, sorprendido porque ellas ya supieran toda la historia.” Como se ve en estas líneas, no es el hecho de que la serpiente repentinamente hable lo que sorprende a Sosa, sino el que sepan tanto sobre la historia del hombre al que mató y ahora investiga.
Unidos en un disfrute particular de la vida, el protagonista y sus bífidas amigas comenzarán una serie de andanzas que los llevan por distintos lugares de la capital salvadoreña, creando pavor en sus habitantes cuando deciden atacar, simplemente para divertirse, distintos lugares del centro de la ciudad, de los barrios caros y centros comerciales y, en definitiva, cuanto lugar alcance el automóvil amarillo. El texto incorpora entonces una buena dosis de humor – para el lector que esté dispuesto a sonreír – al presentar las teorías descabelladas que surgen de ciudadanos, periodistas, políticos de alto rango y hasta grupos mafiosos para explicar el fenómeno en una sociedad acostumbrada a la violencia, a la corrupción y al crimen organizado, pero no a los ataques repentinos de serpientes…
La trama de la novela tomó a muchos por sorpresa: el toque surrealista unido al cinismo ya habitual al que el autor nos tiene acostumbrados ofrecen aquí una poderosa combinación de fantasía desbordante, humor, crítica sutil e implacable de la sociedad contemporánea –no sólo salvadoreña…-, del manejo de la información llevado a cabo por los medios, y del accionar de políticos y fuerzas de seguridad. Todos estos actores sociales sutilmente integrados a la trama narrativa y sus teorías conspirativas terminan siendo, en realidad, más surrealistas que las conversadoras serpientes.
Nada hay aquí de realismo mágico (de acuerdo con la fórmula que nació, se hizo popular y se agostó durante el así llamado boom de la literatura latinoamericana) ni de interpretaciones alegóricas innecesarias; lo que el texto ofrece es, lisa y llanamente, el perfil de un sociólogo desempleado que ha perdido todo escrúpulo en un mundo despiadado y violento, y unas serpientes parlanchinas que se divierten causando el caos más absoluto ante la mirada impasible de su nuevo dueño. Y, por supuesto, la crítica juguetona e irreverente de ciertos estamentos de la sociedad salvadoreña, que se va colando discretamente en la trama.
Algunos lectores celebrarán el texto con júbilo, en tanto inesperada e inteligente renovación del realismo predominante en la literatura del istmo; habrá otros, seguramente, que no aceptarán lo que Humberto Eco denominaba “el pacto de lectura” que cada texto y género proponen al receptor, y se verán perturbados por los diálogos y aventuras de Sosa y sus serpientes, en esta novela menos conocida y no apta para amantes del realismo avant la lettre… pero bien vale la pena intentarlo.
* Mercedes Seoane é nascida em Buenos Aires, morou no México, na Turquia e, atualmente, mora em Berlim. Graduada em Letras pela Universidad de Buenos Aires, mestra em Estudos Latino-americanos pela Universidad Nacional Autónoma de México e doutorando do Programa de Estudos Sociais da América Latina do Centro de Estudos Avanzados, Universidad de Córdoba.