Por* Álvaro Cálix
Se dice que Centroamérica ha avanzado en las últimas dos décadas y media. Es una verdad a medias que esconde más de lo que revela. La superación de los conflictos armados, los procesos de democratización formal y la mejora en indicadores sociales son buenas noticias, pero no se puede voltear la cara e ignorar los déficits que colocan a la región en una ruta inercial hacia la fragmentación y la descomposición.
En efecto, junto a los progresos observados, coexisten rezagos estructurales que neutralizan a los avances, con particular énfasis en los países del CA4 (Guatemala, El Salvador. Honduras y Nicaragua). Los rezagos impiden la cohesión social en los países y en la región. Los altos niveles de incidencia de pobreza y desigualdad son los resultados más dramáticos de los déficits que muestran la mayoría de países de la región. Detrás de esos dos fenómenos, aparecen anomalías que estructuran el perfil centroamericano, con contadas excepciones. Destacan los altos niveles de desnutrición infantil, la baja cobertura educativa en preescolar y secundaria, el fenómeno de los jóvenes que no estudian ni trabajan (NINIS), la incidencia crónica de la economía informal y la violencia social.
El desigual acceso a las oportunidades educativas, a los recursos productivos y a los circuitos de emprendimiento económico está a la base de los rezagos estructurales de la región. El notable desbalance en la estructura de oportunidades no es fortuito, responde a una matriz política excluyente que explica la heterogeneidad económica de la región y la debilidad del Estado para corregir las distorsiones. Hoy como nunca la región sufre la convergencia de viejos y nuevos problemas que afectan la capacidad de los países para superar sus estadios de desarrollo.
Entre las principales nuevas amenazas se destacan:
- La geopolítica de la violencia y el crimen organizado.
- Los impactos crecientes de las alteraciones climáticas.
- La generalización de la corrupción y la impunidad de los Estados.
- El estancamiento del progreso democrático iniciado en los años ochenta del siglo XX.
- La crisis global que ha afectado especialmente a los países y mercados con los que la región ha basado mayormente sus relaciones económicas.
- El aumento de la conflictividad social por la agresiva estrategia de acumulación a costa de los recursos naturales en territorios rurales donde habita la población más pobre.
Sobre la base de la convergencia de viejos y nuevos problemas junto a los avances en modernización y desarrollo, queda claro que un rasgo inédito en las sociedades centroamericanas es el aumento de la complejidad social. Ésta se palpa en el acentuado ritmo de urbanización, en la mayor conectividad comunicacional, en un mayor –aunque todavía insuficiente- nivel educativo, en la amplitud de los flujos migratorios intra y extra regionales, en la diversificación/ regionalización de las actividades económicas, así como en la diversificación de actores sociales que reclaman la incorporación política de sus demandas y puntos de vista.
Ante la mayor complejidad de dinámicas, cosmovisiones e intereses, el sistema político y el económico no han sido capaces de transformarse para integrar a los diferentes actores y sectores poblacionales. Por el contrario, la política se ha venido conformando con garantizar una especie de elitismo competitivo para la alternancia de gobiernos mediados por procesos electorales; en tanto que la economía ha buscado ampliar los ejes de acumulación económica desde una lógica de concentración de los beneficios, soslayando además los impactos ambientales.
Esta lógica excluyente explica también por qué el sistema económico profundiza las brechas de riqueza, incentiva la economía informal y la funcionalización de los capitales ilícitos dentro del subsistema financiero. Se sigue dependiendo en mucho de la dotación relativamente abundante de materias primas, salarios bajos y privilegios para acceder a los contratos con el Estado. Mientras que las empresas que han incursionado con mayor innovación y valor agregado, no suelen crear tantos puestos de trabajo como se piensa y, en general, suelen estar desconectadas del mundo de las pequeñas y medianas empresas –en donde se concentra la mayor parte de la PEA centroamericana. En ese tenor, el régimen de incentivos otorgado por los Estados se decanta a favorecer la inversión extranjera sin las suficientes condicionalidades y medidas de política para generar encadenamientos productivos.
En lugar de avanzar hacia sistemas democráticos legítimos y eficaces, se transita hacia el descontento y el aumento de la protesta social, por la incapacidad de incorporar mecanismos transparentes e institucionalizados para representar los distintos intereses y dirimir los conflictos.
Aparte de no mediar en las profundas asimetrías de poder, la debilidad del Estado se plasma también en la incapacidad para ejercer el monopolio legítimo del uso de la fuerza, lo que acarrea un aumento generalizado de la violencia como vía para resolver los conflictos, el fortalecimiento de actores ilícitos que penetran tanto el territorio como las instituciones estatales y, para ponerle la tapa al pomo, el aumento de la discrecionalidad y abuso de las fuerzas represivas del Estado.
En suma, Centroamérica, sobre todo los países del triángulo norte, conjuga una serie de peligros que no están siendo enfrentados de la mejor manera. Peor aún, las elites parecen persistir en su autismo y en el bloqueo a los sectores más excluidos. Por eso es fundamental estudiar y actuar para romper este círculo vicioso; si no, los peores escenarios están a la vuelta de la esquina.
Álvaro Cálix é escritor e pesquisador social. Doutor em Ciências Sociais (Programa Latinoamericano de Trabajo Social – Universidad Nacional Autónoma de Honduras). Membro do Centro de Investigación y Promoción de los Derechos Humanos en Honduras. Desempenhou-se como professor em vários programas de mestrado na Universidad Nacional Autónoma de Honduras e, também, no Mestrado Centro-americano em Ciência Política da Universidad de Costa Rica.