El centro de América no tiene centro: las muchas literaturas en las muchas Centroaméricas

*por: ANDRES FELIPE ESCOVAR*

No hay una literatura centroamericana sino literaturas; esta es la base desde la cual Yosahandi Navarrete — investigadora y profesora de la Universidad Nacional de México (UNAM) y especialista en las literaturas centroamericanas — lee lo que se ha escrito en el istmo y desde otros lugares en donde las palabras gravitan en torno a ese lugar: ¿es centroamericana una novela cuyo desarrollo se sitúa en La Mosktia pero fue escrita por un escocés que radica en Londres?

La pluraridad de literaturas, además de convocar a diferentes propuestas estéticas y proyectos escriturales, implica una problematización de Centroamérica; es decir, se plantean centroaméricas; esto tensiona a la construcción de estados nacionales y de los límites que los mismos plantean. Si el istmo deriva en istmos, aparecen posibles miradas críticas que se entrecruzan, dialogan y se distancian. Las literaturas centroamericanas implican que, más que un cuestionamiento a un canon, hay cánones, zonas y circulaciones que se sobreponen para derivar en una suerte de palimpsesto cuyas capas son creadas, leídas y reescritas por parte de las críticas.

Además de existir muchas centroaméricas y literaturas, hay críticas; en esa constelación se instituye el paisaje que rastrea una investigadora, profesora y escritora como Yosahandi Navarrete.

En la charla FRONTERA ARRASADA que tuvimos con Yosahandi (live IG en 30/04) se problematizó la idea de una literatura hecha de un cúmulo de novelas, relatos, poemas o ensayos adscritos a una tradición particular; las literaturas centroamericanas, paradójicamente, carecen de un centro neurálgico en torno al cual graviten las escrituras: el centro de América no tiene centro. Su condición de istmo, de conexión entre dos continentes, nos hace incurrir en pensarla como tránsito entre dos grandes constelaciones sin atender a esas particularidades que palpitan incluso en la misteriosa definición que aparece en el diccionario escrito por la RAE: “Lengua de tierra que une dos continentes, o una península con un continente”.

La cita que aparece en el diccionario es una aceptación del carácter escurridizo del istmo a la hora de encasillarlo y por ello, en el mismo diccionario, se procede a una prescripción donde se establece el error de escribir o decir “itsmo”; esto posibilita la contravención de lo normado por la lengua canónica y al ingreso de un influjo de variantes del español (además de las lenguas que nacieron y viven en el “itsmo”) y su encuentro con lenguas como el inglés, al punto que ese lugar se convierte en el espacio de mezclas, conflictos y nuevas atribuciones donde las literaturas emergen sin que necesariamente se plieguen a los proyectos establecidos en cenáculos académicos o en las metrópoli del mundo Atlántico.

Porque los istmos no sólo son espacios donde los fluidos del norte y el sur se combinan, también son delgadas líneas que dividen al atlántico del pacífico, al oriente del occidente. Así, esta mirada responde a la multipolaridad que, en sus distintas variantes y disciplinas, se proclama en el mundo contemporáneo. En estas centroaméricas convergen tradiciones impensadas si la crítica no se abre a esa condición de la que lo geográfico es un reflejo cuyo alcance no abarca a todo lo que implica esa multiplicidad.

Si en las literaturas centroamericanas no hay un núcleo claro que irradie su energía y sombra, pese a nombres rutilantes como el de Darío, tampoco hay un margen o una zona que gravite en torno a ese núcleo. Proliferan los tránsitos y las estéticas dúctiles; los géneros y las temáticas no son atribuibles a categorías fijas; hay una mirada ístmica que surge de esos tránsitos, como los que muchas personas realizan a lo largo y ancho del istmo, quizá con la ilusión y la desazón de dejar sus lugares, pero también con la claridad que ellos están en sus huesos y músculos.

Los istmos (o itsmo) también corresponden a ese encuentro de diferentes formas de habla, de narrar, de vivir las temperaturas, de aglutinarse y realizar trayectos que se inscriben en una pantalla o en un papel. Surgen posibles escrituras ístmicas que no necesariamente se ocupan de trabajos miméticos sobre lo que acaece en los países de la clásica Centroamérica sino que se desestabiliza a la lengua española, ya sea por sus encuentros con otras o por las intersecciones que se dan cuando hay multiplicidad de dialectos e idiolectos. Ese carácter inestable de la lengua propicia la diseminación de literaturas y críticas que, en últimas, es lo que intenta así Yosahandi Navarrete.

En esta entrevista, además de problematizarse en esos asuntos, se tomó en cuenta la aparición de estéticas que han pensado la forma como se entendieron los levantamientos revolucionarios del siglo pasado y, además, la irrupción de voces narrativas que discurren por diferentes géneros y tonos para construir ese rompecabezas interminable que se desdobla hasta tornarse en una constelación.

Es ya un lugar conocido la deriva cínica que ha tenido mucha de la narrativa sobre lo ocurrido en la penúltima década del siglo pasado, sin embargo, ese cinismo también puede emparentarse con una pregunta en torno a por qué es precisamente esa escritura la que más ha tenido lectores fuera de estas centroaméricas y también llama a interrogarnos sobre esas otras literaturas que han circulado en torno a esas revoluciones, a la forma en que son escritas y, una vez más, a la lengua que se explora e inventa a partir de lo que ocurrió y que hoy forma parte de una de las tradiciones desde las que se urden los discursos literarios contemporáneos.


*ANDRES FELIPE ESCOVAR es

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