*Por: CHRISTY NAJARRO GUZMÁN*
(imagen de portada: Mural en el municipio de Perquín (2008) @aguilarantunes)
¿Cómo se borra una guerra civil de más de diez años? ¿Qué hacemos con los escombros (humanos y estructurales)? ¿Qué hacemos con los lisiados de guerra? ¿Qué hacemos con las madres de desaparecidos y las guerrilleras olvidadas? ¿Qué hacemos sin Roque Dalton? ¿Qué hacemos con las niñas y los niños de El Mozote que aún no ven justicia? ¿Qué hago yo con la bala perdida que atravesó la mano de mi primo y que, después de encontrada en el balcón del apartamento de mi abuela, pasó a ocupar un lugar central en la estantería de metal de su sala durante tantos años? Son preguntas que me invaden desde la primera vez que Nayib Bukele (Nuevas Ideas), actual presidente de El Salvador, utilizara la palabra “farsa” para referirse a la guerra civil que asoló al país por más de una década y trazara una cruel lucha contra la memoria de los Acuerdos de Paz, celebrados en el Palacio de Chapultepec en 1992.
Su querela contra la memoria de nuestra historia reciente culmina con el uso de una nueva terminología para referirse y recordar la fecha del 16 de enero: día de las víctimas.
Al referirse a la guerra civil como “farsa”, sumado al cambio de terminología de la fecha que nos acomete, además del posible desmonte del Monumento de la Reconciliación y la Paz, Nayib Bukele intenta reescribir la historia, elaborando una nueva narrativa tanto de las tres décadas[1] anteriores a 1992 y, las tres décadas que nos separan de esa fecha, así, inicio mi reflexión a partir de la tachadura: Acuerdos de Paz; y la reescritura: día nacional de las víctimas del conflicto armado.
Las narrativas históricas, como las narrativas ficcionales, son elaboradas a partir de un uso específico de la palabra y de la organización de los discursos que, de modo general, son viabilizadas por una voz. Así, podemos decir que, la narrativa sobre los Acuerdos de Paz comienza a elaborarse en el mismo acto de la firma, cuando, al iniciar la transmisión del evento, el comentador oficial de Canal Diez afirmara “No hay vencedores ni vencidos – dijo el Presidente Cristiani”. Frase que Schafick Handal repitiera en su discurso. Frase que utilicé en mi tesina de maestría en 2012, a modo de provocación y problematización sobre los eventos históricos a los cuales se refiere dicha frase.
Por otro lado, el documento de los acuerdos de paz teje su propia narrativa: la desmilitarización de las calles del territorio nacional, la eliminación de la Guardia Nacional y de la Policía de Hacienda, la instalación de la Comisión de La verdad, bajo la observancia de COPAZ, la creación de la Procuraduría para la Defensa de Derechos Humanos, el gradual desarmamiento del FMLN y su transformación en partido político de izquierdas[2], lo que a su vez, posibilitó la abertura ideológica-política en el país. Acciones que se llevaron a cabo en los primeros cinco años de posguerra.
Importante mencionar que el documento, además de abordar los temas señalados, también se desdobla sobre las diferentes temáticas que estaban en pugna durante la guerra civil, como por ejemplo, la reforma agraria (repartición, venta y compraventa de tierras), destino de las tierras ocupadas por el FMLN.
Dos narrativas que se complementan por la derrota de la utopía: por un lado, el documento de los Acuerdos de Paz es la carta magna que el FMLN presenta como prueba de su victoria, ya que la mayoría de los apartados que componen el documento contemplan muchas de las prerrogativas guerrilleras; por otro lado, la frase “ni vencedores ni vencidos”, es la cara victoriosa de ARENA: la aceleración del proceso neoliberal que posibilitó la privatización de servicios públicos, la venta de la banca nacional y el congelamiento de carreras de humanidades en las universidades, como es el caso de la carrera de Letras que, a finales de los noventa, fue congelada en la Universidad Dr. José Simeón Cañas (UCA) y en muchas otras.
Así, si militarmente no hubo vencedores ni vencidos, ideológicamente, sabemos que hubo un vencedor y que la lucha por la utopía socialista había fracasado. Hago énfasis en “utopía socialista”, pues si fueron socialistas los ideales que animaron a algunas de las organizaciones insurgentes de aquel período, estos no fueron contemplados en su totalidad en el documento que pactó el cese de enfrentamiento bélico, dejando apenas aquellas demandas que abrirían paso a la construcción de la democracia en el país: la victoria de la izquierda fue justamente lo que el documento atesta: libertades civiles, libertad ideológica, disolución de dos cuerpos militares, entre otras prerrogativas ya mencionadas, es decir, los Acuerdos de Paz no apenas pusieron fin a una guerra civil de 15 años, sino a un siglo de militarismo y, en ese sentido, debemos recordar su importancia, para que el terror dictatorial y el horror de una guerra civil no retorne y no se olvide.
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El 17 de diciembre de 2020, en el caserío de El Mozote, Nayib Bukele afirmó: “la guerra civil y los acuerdos fueron una farsa”
¿Cómo comprender el acto de afirmación del presidente Nayib Bukele? La palabra “farsa” nos coloca en el campo semántico del engaño o, si queremos ir hacia el campo de la filosofía del lenguaje, de la simulación, esto es, algo que pone en escena, como en un teatro, en donde tenemos trama, personajes, interpretados por actores y actrices, un conflicto, su desarrollo y, finalmente, la resolución. Sin embargo, en un teatro, al bajar el telón, los espectadores se levantan de sus butacas, mínimamente transformados por el efecto de catarsis, para luego retornar a sus casas.
Ahora pensemos en el escenario de la guerra civil: el territorio nacional, repartido entre el área rural y urbano, teniendo como actores tanto a los integrantes de ambos bandos (Gobierno de El Salvador y guerrilla FMLN) como a la población: los desaparecidos no volvieron a sus casas, los desplazados no encontraron casas a las cuales retornar, los muertos aún no encuentran sepulcro y los espectadores: (¿la población?) aún no han podido pasar por el proceso de catarsis que una pieza teatral exige, esto es, el duelo por la pérdida de un país, de un familiar, de un cantón aún no se procesa.
Por otro lado, si vemos la palabra “farsa” como un suplemento, o mejor, un sinónimo de la “mentira”, estaríamos diciendo que las cuentas oficiales de los 75 mil muertos, los desaparecidos no contabilizados; las colonias, los cantones y municipios aún en escombros no existen o no existieron ¿A cuál tipo de farsa se refiere la afirmativa del presidente? Estamos aquí frente a un doblez del discurso y de la historia: la afirmativa fue lanzada en el caserío El Mozote, pocos días después que se recordara el 36° aniversario de la Masacre llevada a cabo en el caserío por fuerzas militares como una de las acciones del plan “tierra arrasada”.
La ironía de la denegación de los hechos se completa cuando recordamos otras declaraciones y simulaciones realizadas por el presidente: primero, su “acto simbólico” en retirar el nombre de Domingo Monterrosa del Cuartel de la Tercera Brigada de Infantería del ejército salvadoreño; segundo, su silencio inicial ante la falta de cooperación de las fuerzas armadas con la Procuraduría de Derechos Humanos para avanzar en la investigación del caso de El Mozote y, posteriormente, su declaración llena de contradicciones al afirmar que esos archivos ya habían sido destruidos.
Vamos al segundo componente de la afirmativa de aquel diciembre de 2020: los Acuerdos. Si la guerra civil fue un simulacro puesto en escena, los acuerdos serían igualmente un artificio de simulación que, valiéndonos de la comparación teatral mencionada anteriormente, podría ser comprendido como desenlace o resolución del drama/conflicto. Podríamos suponer que su afirmativa deviene de una falta comprensión de las dinámicas y estrategias de guerra: las mesas de diálogos, pactos, resoluciones y, consecuentemente, un acuerdo de las partes involucradas.
Walter Benjamin, en sus ya canónicas “Tesis sobre la filosofía de la historia” (1939), nos alerta para algunos elementos: “articular históricamente lo pasado, no significa conocerlo como verdaderamente ha sido. Consiste más bien en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro”. No podemos regresar al pasado para ver lo “verdaderamente sucedió”, pero el pasado sí nos alcanza a la vuelta de la esquina, en las calles maltratadas de San Salvador, en los casarones abandonados. Las esquirlas o las balas perdidas, como la que descansó en la estantería de la abuela, nos pasan la factura cuando aún dan noticia de algunos campos minados reconocidos pero no desactivados, por la dificultad del proceso.
Plaza Salvador del Mundo – Créditos de imagen: @aguilarantunes
Cierro esta reflexión volviendo al cambio de nomenclatura que caracterizaría cada 16 de enero a partir de hoy: día nacional de las víctimas del conflicto armado. El cambio fue sugerido en la Asamblea Legislativa por Christian Guevara, jefe de fracción del partido Nuevas Ideas. Del nombre extraigo dos preguntas: ¿Si tanto la guerra civil como los Acuerdos de Paz son una farsa, es decir, si hubo apenas una simulación, de cuáles víctimas hablamos? ¿De las víctimas de El Mozote que aún no ven justicia? ¿De las víctimas del desplazamiento forzado de aquel entonces? ¿De las víctimas como Roque Dalton o de las víctimas de la posguerra: fragmentación familiar por la migración también forzada?
Tanto las declaraciones de Nayib Bukele como la sugerencia de Christian Guevara hacen parte de una falta de comprensión de la complejidad del conflicto armado y de la amplitud de los Acuerdos de Paz. Así, al no comprender la historia, al no conseguir dialogar con los espectros narrativos de nuestros últimos treinta años, la solución encontrada es, conforme afirmara Gérson Nájera en Revista Factum: “hoy, después de tres décadas, el oficialismo intenta reescribir la historia”.
Si como sociedad nos articulamos a partir de narrativas, podemos decir que la reescritura pretende anular el pasado y no comprenderlo, esto es, no darse cuenta que este irrumpe en las fendas del presente. Se reescribe a partir del modelo de doble borrado: se borran los hechos y se borran los archivos que comprobarían la existencia de los mismos.
- CHRISTY NAJARRO GUZMÁN es Dra. en Literatura, cuentista, cronista, profesora de español y de portugués como lengua extranjera. En 2019 publicó el cuento “Entre el hielo y la cocina” en el libro Esto no es cuento, bajo la editorial Índole, de El Salvador. En 2020, junto a otras escritoras, publicó Lo que nunca te dije mamá, bajo el sello de la Revista Alharaca, de El Salvador. Desde mayo de 2021 publica mensualmente cuentos en la Revista Cassandra, de Rio de Janeiro, Brasil. Hace parte de la Red de Investigación de las literaturas de mujeres de América Central (RILMAC) y de la Articulación Centroamericanista O Istmo, integrando también el Grupo de Trabajo CLACSO : “El istmo centroamericano repensando los centros”.
[1] Es importante mencionar que, para el conteo oficial, la guerra civil de El Salvador inicia en 1980, con la coalición de las cinco organizaciones guerrilleras que integraron el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) y el asesinato de San Monseñor Romero. Entretanto, vale la pena que algunos estudios hacen el corte inicial en el marco del 30 de julio de 1975, cuando la muerte de los estudiantes. Mi reflexión camina de la mano de este último recorte por la magnitud de los acontecimientos y porque fue ese uno de los eventos que fue modificando el modus operandi de las Fuerzas Armadas y de las organizaciones opositoras.
[2] No voy a detenerme en cada apartado ni en cada artículo del documento, apenas llamo la atención para algunos puntos que fueron decisivos para la finalización del conflicto armado.